(Oración Vocacional).
Narrador/a: Esta noche queremos celebrar la muerte de Francisco
de Asís. La muerte de un cristiano que la vivió como momento necesario para el
encuentro con su Maestro. En ella vamos a comprobar la confianza que el santo
Asís tenía en la bondad y en la misericordia de un Dios que no nos deja de su
mano. En silencio, celebramos y oramos.
Canto.
¡Oh, alto y glorioso
Dios!, ilumina las tinieblas de mi
corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y
conocimiento, Señor,
para que cumpla tu
santo y veraz mandamiento (OrSD).
Lector 1: Son las 11 de la noche del 3 de Octubre del año
1226. Estamos en la pradera de la pequeña ermita de Ntra. Sra. De los Ángeles.
Se oye un grillo y el crepitar de las llamas del fuego.
(Se oye la música de fondo mientras algunas personas van
encendiendo las velas en torno al santo).
Lector 1: Los cuatro hermanos instalaron a Francisco
en la cabaña de la
Porciúncula , en pleno bosque, a unos cuatro metros de la
capilla de santa María, reparada por sus propias manos. Mandó, pues, que
llamasen a todos los que estaban en el lugar, y, alentándolos con palabras de
consolación ante el dolor que les causaba su muerte, los exhortó, con afecto de
padre, al amor a Dios. Habló largo sobre la paciencia y la guarda de la pobreza,
recomendando el santo Evangelio por encima de todas las demás disposiciones.
Luego extendió la mano derecha sobre los hermanos que estaban sentados
alrededor, y, comenzando por su vicario, la puso en la cabeza de cada uno, y
dijo:
Francisco: «Conservaos, hijos todos, en el temor del
Señor y permaneced siempre en Él. Y pues se acercan la prueba y la tribulación,
dichosos los que perseveraren en la obra emprendida. Yo ya me voy a Dios; a su
gracia os encomiendo a todos».
Lector 1: Como los hermanos lloraban muy amargamente y
se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre santo que le trajeran un pan. Lo
bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno. Ordenando asimismo que
llevaran el códice de los evangelios, pidió que le leyeran el evangelio según
San Juan.
Sacerdote o Presiente/a:
Lectura del evangelio según san Juan (Jn 17, 2-17).
«Padre, ha
llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y
que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a
todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado
en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora,
Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que
el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado
tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu
Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las
palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han
reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.
Por ellos ruego;
no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y
todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.
Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti.
Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.
Palabra
del Señor.
Lector 1: Francisco pidió al hermano León que le
despojara de sus ropas y les dijo a los hermanos:
Francisco: “Hermanos, no vaciléis. El Padre me echó
desnudo a este mundo, y desnudo quiero volver a sus brazos. Quiero morir desnudo,
como mi Señor Jesucristo. Quiero morir en los brazos de la Dama pobreza y en el seño de la Madre Tierra , mi
hermana. Ahora, tomadme, dejadme sobre la desnuda tierra y decidle al hermano
Pacífico que entone el cántico de la Criaturas ”.
Cántico de las Criaturas (Recitado
a dos coros).
1. Omnipotente
altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son las
alabanzas, la gloria y el honor;
tan solo tú eres
digno de toda bendición,
y nunca es digno el
hombre de hacer de tí mención.
2. Loado seas por
toda criatura, mi Señor,
y en especial, loado
por el hermano sol,
que alumbra y abre
el día,
y es bello en su
esplendor,
y lleva por los
cielos noticia de su autor.
3. Y por la hermana
luna, de blanca luz menor,
y las estrellas
claras que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas,
tan vivas como son,
y brillan en los
cielos: ¡loado, mi Señor!
4. Y por la hermana
agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta,
humilde: ¡loado, mi Señor!
por el hermano fuego
que alumbra al irse el sol,
y es fuerte,
hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
5. Y por la hermana
tierra, que es toda bendición,
la hermana madre
tierra que da en toda ocasión
las hierbas y los
frutos, y flores de color,
y nos sustenta y
rige : ¡loado, mi Señor!
6. Y por los que
perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales
y la tribulación:
¡felices los que
sufren en paz con el dolor,
porque les llega el
tiempo de la consolación!
7. Y por la hermana
muerte: ¡loado, mi Señor!,
ningún viviente
escapa de su persecución;
¡ay si en pecado
grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que
cumplen la voluntad de Dios!
8. No probarán la
muerte de la condenación.
Servidle con ternura
y humilde corazón.
Agradeced sus dones,
cantad su creación.
¡Las criaturas todas
load a mi Señor!
Lector 2: Nuestro beatísimo padre Francisco, cumplidos
los veinte años de su total adhesión a Cristo en el seguimiento de la vida y
huellas de los apóstoles y habiendo dado cima perfectamente a lo que había
iniciado, salió de la cárcel de la carne y remontó felizmente el vuelo a las
mansiones de los espíritus celestiales el año 1226 de la encarnación del Señor,
en la indicción decimocuarta, el 4 de octubre, domingo, en la ciudad de Asís,
lugar de su nacimiento, y cerca de Santa María de la Porciúncula. Su
sagrado y santo cuerpo fue colocado entre himnos y cánticos y guardado con
todos los honores en esa misma ciudad, y en ella resplandece por sus muchos
milagros. Amén.
Presidente (se
levantan todos): Hermanas y hermanos, aquel que confía en la misericordia
de Dios no queda defraudado. El trance de la muerte fue para el santo de Asís el
momento clave de la fe, de la confianza plena en el Cristo que le habló en San
Damián y se le hizo presente en el leproso. Aquella noche, Dios le tomó con su
misericordia y, de manos de la hermana muerte, lo arrebató al cielo. Pidamos
nosotros confiar de la misma manera.
Y ahora, inclinando
la cabeza respondemos “amén” a cada invocación.
El
Señor os bendiga y os guarde. Amén.
Ilumine
su rostro sobre vosotros y os conceda su favor. Amén.
Vuelva
a vosotros su mirada y os conceda la Paz. Amén.
El
Señor os bendiga hermanos en el nombre del Padre,
del
Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Canto
final.
Te alabo, Señor, por tantas maravillas que
me hablan de ti.
Te alabo, Señor, por tantas alegrías que
me has hecho sentir.
Te alabo, Señor, por este amanecer que me
ha llenado de paz.
Te alabo, Señor, en ti descubro mi
libertad.
Me has dado, Señor, el don de tu llamada
que me invita a seguir.
Me has dado, Señor, tu gracia que me
inunda y que me empuja a vivir.
Me has dado, Señor, hermanos que trabajan
y abren su corazón.
Me has dado, Señor, un ser irrepetible, mi
«yo».
Me pides, Señor, que forje con mis manos
un presente feliz.
Me pides, Señor, que viva mi respuesta
pronunciando un sí.
Me pides, Señor, mirar hacia delante
confiando en tu amor.
Aquí estoy, Señor, dispón y haz lo que
quieras de mí.
Te ofrezco, Señor, las fuerzas que me has
dado y la ilusión por vivir.
Te ofrezco, Señor, los triunfos y
fracasos, el gozar y el sufrir.
Te ofrezco, Señor, el tiempo de esperanza,
fruto de tu bondad.
Aquí
estoy, Señor, dispón y haz lo que quieras de mí.
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