domingo, 13 de enero de 2013

EL BAUTISMO DE JESÚS Y LA VIDA CONSAGRADA


El Bautismo de Jesús en el Jordán
Han pasado las navidades, y con el Bautismo del Señor, se inicia su andadura y su misión. ¿Qué andadura? ¿Qué misión? Ni más ni menos que aquello, que nosotros los cristianos, olvidamos con frecuencia: ser discípulo de Jesús es ser conocedor de su vida, entusiasta de Dios y orientar nuestra vida desde el Evangelio. ¿Lo hacemos? El Papa Benedicto XVI, en esa misma dirección y con motivo del Año de la Fe, nos recuerda que para ser testigos de Cristo, primero, hay que conocerlo, sentirlo y vivirlo personalmente. Y es que, el Bautismo, lejos de ser un rito ha de ser un punto de salida de una vida de fe cimentada, asentada, consolidada y enriquecida en Cristo.

 El Niño, al que visitaron humildemente los pastores; al que reverenciaron los magos para abrir su historia y su nombre a todos los pueblos de la tierra, inicia con su bautismo personal aquello para lo que ha nacido: ha venido para estar junto a nosotros, para enseñarnos el camino de la vida y del amor de Dios, y sobre todo, para dignificar nuestra existencia, divinizarla y darle otro color.
Se involucra de lleno en aquello que Dios le pide. Se abre el cielo, una vez más, no para entrar en el seno virginal de María, y sí para caminar por las entrañas de la tierra ofreciendo esperanza e ilusión a todo aquel que la ha perdido.
Aquel Niño que nació en una noche estrellada y silenciosa, hablará con fuerza sobre el amor y la justicia. Nos dirá que, el perdón, es distintivo de aquellos que se dicen amigos suyos y, sobre todo, nos invitará a ser testigos de lo que, El, dice, forja y enseña.
 El Bautismo del Señor es la inauguración de una gran obra. De una tarea que, además, sacude nuestras conciencias y nos ofrece muchas posibilidades.

A una con el Señor, renovemos en el inicio de este año 2013, sumergidos en el Año de la Fe, nuestro deseo de que la presencia de Dios en nuestra vida sea algo real, vivo, visible y testimonial. Y es que, en este Año de la Fe, es un momento propicio para que, los cristianos, nos pongamos de una vez por todas las pilas y sepamos en quién creemos, por qué creemos y qué es lo que estamos llamados a ser en medio de este complicado mundo: algo distinto y con tintes divinos.


"VEN Y SÍGUEME"   (Mc 10,21) 
La vida consagrada es una prolongación del bautismo, por el que hemos sido hechos criaturas nuevas. La vida adquiere sentido en la ofrenda de sí mismo, y en la vida consagrada adquiere una perfección muy especial. También hoy Dios sigue llamando a este tipo de vida, que tanto bien hace a la Iglesia y a la sociedad. 

Desde el comienzo de la Iglesia ha existido la vida consagrada, es decir, el seguimiento de Cristo en el radicalismo evangélico de la obediencia, la virginidad y la pobreza. Jesús llamó a los Doce para seguirle y los constituyó Apóstoles. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron. Esa es la “vida apostólica”. Ahí tenemos la primera llamada, a la que seguirán tantísimas otras, con formas diferentes de seguimiento. En definitiva, se trata de ser discípulos de Aquel que nos ha llamado a seguirle. Y en la vida consagrada este seguimiento adquiere tono de totalidad y de exclusividad. Seguir a Jesús con toda la vida, con todas las fuerzas, para bien de su Iglesia en el servicio a los hermanos. 
Clarisa Franciscana Misionera del Santísimo Sacramento
Guinea Bissau

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