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Santa Clara de Asís |
Presintiendo tan cerca al Señor, que ya parecía estar a la puerta, Clara quiso que la asistieran los hermanos proclamando la Pasión del Señor o sus santas palabras. Al ver entre ellos al hermano Junípero, admirable juglar de Dios, del que solía pronunciar ardientes palabras, la hermana Clara, inundada de renovada alegría le pregunta si tiene en los labios alguna nueva. Abrió la boca el hermano y dejó salir del horno de su ferviente corazón las chispas llameantes de su dichos, con gran consuelo de la virgen del Señor.
Se vuelve después hacia las hermanas amonestándolas a vivir la pobreza de Jesucristo y recordándolas con ponderación los beneficios que había recibido de Dios. Luego implora la gracia de una abundante bendición sobre todas las Hermanas Pobres, tanto presentes como futuras. Están también aquellos dos benditos compañeros del bienaventurado Francisco: el hermano Ángel, que lloroso consuela a los que lloran, y el hermano León, que no cesa de besar el lecho de la hermana agonizante. Lloran las hermanas desamparadas ante la separación de Clara, que se les va y no han de contemplar más en la tierra. La claridad difusa del alba se extiende sobre la tierra, y un silencio profundo reina en el interior de San Damián. Clara es como una llama que poco a poco se va extinguiendo. Ella ha sido la guardiana del fuego que encendió Francisco en la Iglesia. Entre las manos cruzadas sobre el pecho, aprieta la Bula Papal que aprueba su Regla. Clara ha culminado su obra. Sin sospecharlo, muere fundadora, además de Hermana y Madre. Clara mueve los labios lentamente. Habla a su bendita alma:
Clara: “Vete en paz ama mía, que llevas buena
escolta para el viaje. Porque
Aquel que te
creó, luego te santificó y puso en ti el Espíritu Santo. Y
siempre te
ha guardado como la madre al hijo que ama. ¡BENDITO SEAS
SEÑOR PORQUE
ME HAS CREADO!"
ORACIÓN
Oh Cristo,
lámpara que alumbra a la nueva Jerusalén; que la admirable claridad de esta
llama, símbolo de tu cuerpo glorioso, difunda su resplandor sobre los que nos
encaminamos hacia tu morada. Concédenos, a todos los que nos sentimos
peregrinos una gran esperanza. Que el amor que has puesto en nuestro corazón,
se mantenga ardiente. Que aprendamos de la Hermana Clara a ser
luz y transparencia de evangelio. Que nos dejemos iluminar por la luz de tu
rostro para que, como Clara, reflejemos esta luz en todo el mundo.
Tú que vives
y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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