
Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico
se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola
palabra: "metanoeiete", es decir "Convertíos". Este
imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la
imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el
Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo
volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión,
recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana,
sujeta a la muerte.
La sugestiva ceremonia de la ceniza
eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio
y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino
un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible
de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana
del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y
que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de
Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.
Al comenzar la cuaresma se nos invita a
la conversión. Pero
eso no es un empeño voluntarista, ni un cúmulo de propósitos que uno mismo
tenga que lograr. Es Dios quien nos convierte, cuando le dejamos. Es
Dios quien transforma nuestras vidas y les da hondura y plenitud. Es Dios quien
nos hace madurar y crecer, asumir la vida con toda su complejidad. El Dios que,
infatigable, está trabajando en cada uno de nosotros…
No hay comentarios:
Publicar un comentario