¡En el nombre del Señor!
Santa Clara de Asís |
A vosotras, hermanas pobres de
Santa Clara; a todas vosotras, contemplativas que os inspiráis en la
espiritualidad franciscano-clariana; a todos los hermanos y a todas las
hermanas que aman a Clara y a Francisco: como Ministro y siervo de todos, os
deseo «paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor» (2CtaF 1).
«Ya que, por divina inspiración,
os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os
habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del
santo Evangelio, quiero y prometo dispensaros siempre, por mí mismo y por medio
de mis hermanos, y como a ellos, un amoroso cuidado y una especial solicitud»
(RCl 6,3-4; cf. FVCl).
En consonancia con estas
palabras, y obedeciéndolas, me atrevo a dirigirme como hermano vuestro a todas
vosotras, que constituís una realidad preciosa entre cuantos viven la herencia
espiritual de Francisco y de Clara. Ante todo os expreso, en nombre proprio y
también en nombre de los hermanos y hermanas que se inspiran en el proyecto
evangélico de Francisco y Clara, mi profunda gratitud por la riqueza
carismática espiritual que representáis en nuestra Familia. Gracias por vuestra
profunda comunión en el Espíritu, que nos sostiene en nuestros viajes
apostólicos por los caminos del mundo; gracias por vuestra silenciosa tarea de
«centinelas de la mañana» que vigilan y escrutan en la oscuridad de los
acontecimientos humanos los signos de vida que brotan en la tierra. Vosotras
nos ayudáis a interpretar nuestra vocación común y a gozar por ella. Clara
prorrumpe, al principio de su Testamento, en esta acción de gracias: «Entre
otros beneficios que hemos recibido y seguimos recibiendo de nuestro benefactor
el Padre de las misericordias, y por los cuales estamos más obligadas a rendir
gracias al mismo glorioso Padre de Cristo, se encuentra el de nuestra vocación;
y cuanto más perfecta y mayor es ésta, tanto es más lo que a Él le debemos»
(TestCl 2-3). Por tanto, todos, vosotras y nosotros, tenemos la obligación de
conocer cada vez mejor nuestra vocación, de amarla y de responder a ella con
fidelidad y generosidad.
(Padre Giacomo Bini ofm)
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