De una audiencia del Papa Francisco
Jesús, en la Última Cena, se dirige a los Apóstoles con
estas palabras: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he
elegido» (Jn 15, 16), que nos recuerdan a todos –y no solo a nosotros los
sacerdotes– que la vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo quien
os llamó a seguirlo en la vida consagrada, y esto significa realizar
continuamente un «éxodo» de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en
Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándoos de vuestros proyectos,
para poder decir con San Pablo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo
quien vive en mí» (Gal 2, 20). Este «éxodo» de uno mismo significa emprender un
camino de adoración y de servicio. Un éxodo que nos lleva a un camino de
adoración del Señor y de servicio a él en nuestros hermanos y hermanas. Adorar
y servir: dos actitudes que no pueden separarse, sino que deben ir siempre
juntas. Adorar al Señor y servir a los demás, no guardando nada para sí: este
es el «despojamiento» de quien ejerce la autoridad. Vivid y recordad siempre la
centralidad de Cristo, la identidad evangélica de la vida consagrada. Ayudad a
vuestras comunidades a vivir el «éxodo» de sí en un camino de adoración y de
servicio, ante todo a través de los tres ejes de vuestra existencia.
La obediencia como escucha de la voluntad de Dios, en la
moción interior del Espíritu Santo autentificada por la Iglesia , aceptando que la
obediencia pase también por mediaciones humanas. Recordad que la relación
autoridad-obediencia se sitúa en el contexto más amplio del misterio de la Iglesia y constituye una
realización particular de su función mediadora (cf. Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, El servicio
de la autoridad y la obediencia, n. 12: ECCLESIA 3.426-27 [2008/II], pág.
1227).
La pobreza como superación de todo egoísmo, en la lógica del
Evangelio, que enseña a confiar en la Providencia de Dios. Pobreza como indicación a
toda la Iglesia
de que no somos nosotros quienes construimos el Reino de Dios, de que no son
los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es primariamente el poder,
la gracia del Señor, que actúa a través de nuestra debilidad: «Te basta mi
gracia: la fuerza se realiza en la debilidad», afirma el Apóstol de las Gentes
(2 Cor 12, 9). Pobreza que enseña la solidaridad, la compartición y la caridad,
y que se expresa también a través de una sobriedad y alegría de lo esencial,
para precaverse contra los ídolos materiales que ensombrecen el sentido
auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los
enfermos y cuantos se encuentran en las
periferias existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La
pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre en los humildes, en los
pobres, en los enfermos, en los niños.
Y después la castidad como carisma precioso, que amplía la
libertad del don a Dios y a los demás, con la ternura, la misericordia y la
cercanía de Cristo. La castidad por el Reino de los Cielos muestra que la
afectividad tiene su lugar en una libertad madura y se convierte en signo del
mundo futuro, para que resplandezca siempre la primacía de Dios. Pero –por
favor–, una castidad «fecunda», una castidad que engendre hijos espirituales en
la Iglesia.
¡La consagrada es madre, debe ser madre, y no una «solterona»! Perdonad que
hable así, ¡pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, esta
fecundidad! Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra
existencia; sed madres, como figura de María Madre y de la Iglesia Madre. No
se puede comprender a María sin su maternidad; no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad,
y vosotras sois icono de María y de la Iglesia.
Dios se manifiesta en la historia, en los acontecimientos que suceden en el tiempo. Y seguro que en tu propia vida hay mensajes de parte de Dios, en tu situación personal y en el camino que has recorrido hasta hoy. Dios también habla en lo que eres y en lo que deseas ser. Y así, con su invitación, te llama a escoger tu vida.
En este mes de mayo no podemos menos que mirar a la mujer que se fió completamente de Dios y decidió tirarse en sus brazos incondicionalmente. Sin esperar tenerlo todo claro, sin esperar que se le dieran todas las razones y se le expusieran todas las condiciones, dejó que de sus labios salieran las palabras más bellas: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Que nuestra Madre, la llena de gracia, nos enseñe a fiarnos de Dios y a tirarnos sin más en sus brazos, con la certeza de que solo Él puede saciar la sed que hay en nuestro corazón.
¡El Señor te Bendiga!
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