lunes, 13 de mayo de 2013

LA VOCACIÓN ES SIEMPRE UNA INICIATIVA DE DIOS


De una audiencia del Papa Francisco

Jesús, en la Última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16), que nos recuerdan a todos –y no solo a nosotros los sacerdotes– que la vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo quien os llamó a seguirlo en la vida consagrada, y esto significa realizar continuamente un «éxodo» de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándoos de vuestros proyectos, para poder decir con San Pablo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Este «éxodo» de uno mismo significa emprender un camino de adoración y de servicio. Un éxodo que nos lleva a un camino de adoración del Señor y de servicio a él en nuestros hermanos y hermanas. Adorar y servir: dos actitudes que no pueden separarse, sino que deben ir siempre juntas. Adorar al Señor y servir a los demás, no guardando nada para sí: este es el «despojamiento» de quien ejerce la autoridad. Vivid y recordad siempre la centralidad de Cristo, la identidad evangélica de la vida consagrada. Ayudad a vuestras comunidades a vivir el «éxodo» de sí en un camino de adoración y de servicio, ante todo a través de los tres ejes de vuestra existencia.

La obediencia como escucha de la voluntad de Dios, en la moción interior del Espíritu Santo autentificada por la Iglesia, aceptando que la obediencia pase también por mediaciones humanas. Recordad que la relación autoridad-obediencia se sitúa en el contexto más amplio del misterio de la Iglesia y constituye una realización particular de su función mediadora (cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 12: ECCLESIA 3.426-27 [2008/II], pág. 1227).

La pobreza como superación de todo egoísmo, en la lógica del Evangelio, que enseña a confiar en la Providencia de Dios. Pobreza como indicación a toda la Iglesia de que no somos nosotros quienes construimos el Reino de Dios, de que no son los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es primariamente el poder, la gracia del Señor, que actúa a través de nuestra debilidad: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad», afirma el Apóstol de las Gentes (2 Cor 12, 9). Pobreza que enseña la solidaridad, la compartición y la caridad, y que se expresa también a través de una sobriedad y alegría de lo esencial, para precaverse contra los ídolos materiales que ensombrecen el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y cuantos se encuentran  en las periferias existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños.

Y después la castidad como carisma precioso, que amplía la libertad del don a Dios y a los demás, con la ternura, la misericordia y la cercanía de Cristo. La castidad por el Reino de los Cielos muestra que la afectividad tiene su lugar en una libertad madura y se convierte en signo del mundo futuro, para que resplandezca siempre la primacía de Dios. Pero –por favor–, una castidad «fecunda», una castidad que engendre hijos espirituales en la Iglesia. ¡La consagrada es madre, debe ser madre, y no una «solterona»! Perdonad que hable así, ¡pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, esta fecundidad! Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia; sed madres, como figura de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede comprender a María sin su maternidad; no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad, y vosotras sois icono de María y de la Iglesia.

 Dios se manifiesta en la historia, en los acontecimientos que suceden en el tiempo. Y seguro que en tu propia vida hay mensajes de parte de Dios, en tu situación personal y en el camino que has recorrido hasta hoy. Dios también habla en lo que eres y en lo que deseas ser. Y así­, con su invitación, te llama a escoger tu vida

En este mes de mayo no podemos menos que mirar a la mujer que se fió completamente de Dios y decidió tirarse en sus brazos incondicionalmente. Sin esperar tenerlo todo claro, sin esperar que se le dieran todas las razones y se le expusieran todas las condiciones, dejó que de sus labios salieran las palabras más bellas: “He aquí­ la esclava del Señor, hágase en mí­ según tu palabra”.
Que nuestra Madre, la llena de gracia, nos enseñe a fiarnos de Dios y a tirarnos sin más en sus brazos, con la certeza de que solo Él puede saciar la sed que hay en nuestro corazón.

¡El Señor te Bendiga!



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