San Pablo, escribiendo a los gálatas, afirma:
«Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»
(6, 14). Y habla de las «marcas» –es decir de las llagas de Cristo crucificado
como el cuño, la señal distintiva de su existencia de apóstol del Evangelio. En
su ministerio, Pablo experimentó el sufrimiento, la debilidad y la derrota,
pero también la alegría y el consuelo. Este es el misterio pascual de Jesús:
misterio de muerte y resurrección. Y precisamente el haberse dejado conformar a
la muerte de Jesús hizo a San Pablo partícipe de su resurrección, de su victoria. En la hora
de la oscuridad, en la hora de la tribulación, está ya presente y activa la
aurora de la luz y de la salvación. ¡El misterio pascual es el corazón
palpitante de la misión de la
Iglesia ! Y si permanecemos dentro de este misterio, estamos a
salvo tanto de una visión mundana y triunfalista de la misión como del desánimo
que puede surgir ante las tribulaciones y los fracasos. La fecundidad pastoral,
la fecundidad del anuncio del Evangelio, no procede ni del éxito ni del fracaso
según criterios de valoración humana, sino de la conformación a la lógica de la
cruz de Jesús, que es la lógica de la salida de uno mismo y de la entrega, la
lógica del amor. Es la cruz –siempre la cruz con Cristo, porque a veces nos
ofrecen la cruz sin Cristo, y esa no sirve–. Es la cruz –siempre la cruz con
Cristo– la que garantiza la fecundidad de nuestra misión. Y desde la cruz, acto
supremo de misericordia y de amor, renacemos como «nueva criatura» (Gal 6, 15).
Finalmente, el tercer
elemento: la oración.
En el Evangelio hemos escuchado: «Rogad, pues, al dueño
de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10, 2). Los obreros para la mies no
son elegidos mediante campañas publicitarias o llamamientos al servicio de la
generosidad, sino que son «elegidos» y
«enviados» por Dios.
Él es quien elige, él es quien
envía -él es quien envía–, él es quien encomienda la misión. Por eso es
importante la oración. La
Iglesia –como nos ha repetido Benedicto XVI– no es nuestra,
sino de Dios; ¡y cuántas veces nosotros, los consagrados, pensamos que es
nuestra! Hacemos de ella… lo primero que se nos ocurre. Pero no es nuestra,
sino de Dios. El campo que hay que cultivar es suyo. Así pues, la misión es,
sobre todo, gracia; la misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la
oración, en esta encontrará la luz y la fuerza necesarias para su acción. En
efecto, nuestra misión deja de ser fecunda, e incluso se extingue, en el
momento mismo en que se interrumpe su conexión con la fuente, con el Señor.
¡Queridos seminaristas, queridas
novicias y queridos novicios, queridos jóvenes en el camino vocacional! Uno de
vosotros, uno de vuestros formadores, me decía el otro día: «Évangéliser on le
fait à genoux – La evangelización se hace de rodillas». Oídlo bien: «La
evangelización se hace de rodillas».
¡Sed siempre hombres y mujeres de
oración! Sin la relación constante con Dios, la misión se convierte en un
oficio. Pero ¿en qué trabajas tú? ¿Eres sastre, eres cocinera, eres sacerdote,
trabajas como sacerdote, trabajas como monja? No. No es un oficio, es otra
cosa. El riesgo del activismo, de confiar demasiado en las estructuras, está
siempre al acecho. Si miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión o
acontecimiento importante, se recogía en oración intensa y prolongada.
Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de las
obligaciones más urgentes y penosas.
Que cuanto más os llame la misión
a ir a las periferias existenciales, más unido esté vuestro corazón al de
Cristo, lleno de misericordia y de amor. ¡Ahí reside el secreto de la
fecundidad pastoral, de la fecundidad de un discípulo del Señor!
Jesús envía a los suyos sin
«bolsa, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10, 4). La difusión del Evangelio no la
aseguran ni el número de personas, ni el
prestigio de la institución, ni la cantidad de recursos disponibles. Lo que
importa es estar impregnados del amor de
Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo e injertar la propia vida en el
árbol de la vida, que es la cruz del Señor.
Queridos amigos y amigas: Con
gran confianza os encomiendo a la intercesión de María Santísima. Ella es la Madre que nos ayuda a tomar
las decisiones definitivas con libertad, sin miedo. Que ella os ayude a
testimoniar la alegría del consuelo de Dios, sin temer la alegría; que ella os
ayude a conformaros a la lógica de amor de la cruz y a crecer en una unión cada
vez más intensa con el Señor en la oración. ¡Así vuestra vida será rica y
fecunda! Amén.
(Segunda parte de la homilía de Papa Francisco a los seminaristas, novicios y novicias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario