martes, 13 de mayo de 2014

El canto a la vida de Giulia Gabrieli

«Claro, me gustaría vivir una vida larga [...], pero veo la muerte como algo hermoso... Sé que después de la muerte está el Señor, regreso a Él».


Un gancio in mezzo al cielo (Un gancho en medio del cielo) es el título de un libro autobiográfico publicado recientemente en Italia por ediciones Paulinas. Se trata de un canto a la vida en medio del sufrimiento de una enfermedad terminal. Su protagonista es una chica de 14 años, Giulia Gabrieli. Con sencillez comparte su experiencia de dolor y de alegría ante una muerte inminente.

Giulia fue una chica normal antes y después de un tumor diagnosticado en el verano de 2009. Era guapa, lozana, le gustaba viajar, salir de compras y vestirse bien. También tenía talento para escribir y en dos ocasiones ganó el concurso literario «Los cuentos del parque». Amaba inventarse aventuras e historias fantásticas y parangonaría su enfermedad a otra aventura.

Bullía en ella una sana y refinada vitalidad que la enfermedad misteriosamente amplificó. Encarnaba la belleza del cristianismo que de ninguna manera está reñida con la modernidad. Sí, era católica y en su fe encontró el sostén de su lucha. Al recibir el sacramento de la confirmación, se le grabaron las palabras de la homilía donde se les decía que este sacramento era un don del Espíritu para testimoniar a Cristo. Escribe ella misma: «De verdad no entendía qué podría hacer yo (…). Y después de dos meses se ha presentado la enfermedad. Ecco, yo la enfermedad la estoy viviendo como un empeño de la confirmación».

Con todo, el inicio no fue fácil. A las primeras terapias le siguieron momentos duros y de grandes altibajos emocionales. Estaba nerviosa, le temblaba todo el cuerpo y lloraba todo el día. Cuenta que llegó a decir a sus padres: «¿Dios dónde está? Él, que dice que puedo rezar, puede hacer grandes milagros, puede aliviar todos los dolores, ¿por qué no me levanta? ¿Dónde está?». Fueron días difíciles, de auténtica desesperación. Los médicos pensaban en una obvia y previsible quiebra psicológica.
 
Sus padres y un amigo sacerdote la animaban a confiar en Dios, aunque ella no sentía nada y seguía buscando una respuesta. La encontró en Padua. Allí tuvo que ir para una radioterapia y después terminó por un contratiempo en la basílica de San Antonio. Mientras apoyaba la mano sobre la tumba del santo, una señora desconocida puso la mano sobre la suya. «No me ha dicho nada –escribe Julia–, pero tenía una expresión en su rostro, come si me quisiera comunicar: “Ánimo, adelante, Dios está contigo”. He entrado enfadada, en lágrimas, pero he salido de la basílica con la sonrisa, con el gozo de que Dios no me ha abandonado jamás».

Desde aquel momento empezó a descubrir a Dios en todas las circunstancias y se dio cuenta de que Él siempre la había estado abrazando fuertemente. Por ello escribe a sus lectores: «Vuélvete al Señor, que algo mejora. No con la varita mágica, pero poco a poco el Señor mejora todo». Así ella recorrió el camino del dolor con esperanza y la fue transmitiendo a sus familiares y amigos, a los médicos y a los demás pacientes del hospital.

Reconoce la luz de dos personas. Primero, la historia de Chiara Luce Badano, muerta a los 18 años en 1990 a causa de un tumor óseo y proclamada beata el 25 de septiembre de 2010. Fue un encuentro providencial: «Ella está muerta, pero ha sido capaz de vivir esta experiencia de modo luminoso y alegre, entregándose a la voluntad del Señor. Quiero aprender a seguirla, a hacer lo que ha conseguido a pesar de la enfermedad. La enfermedad no ha sido una forma de alejarse del Señor, sino para acercarse a Él...».

La Virgen María fue la otra persona clave en su vida. Concibió un gran amor por ella en dos viajes a Medjugorje. De hecho, el segundo viaje lo pidió como regalo para su último cumpleaños. Explicó un día ante decenas de muchachos: «No existe palabra que puede describir Medjugorje: sólo puedo decirles que el amor de nuestra Señora es tan grande, tan fuerte que explota en la oración, conversiones, amor hacia el prójimo». Su devoción mariana era secundada por el rezo diario del rosario. En las semanas de más agudo dolor, tuvo la idea original de escribir una corona de agradecimiento, extrañada de que las oraciones se limitasen muchas veces a pedir favores.

Apreció mucho el papel de los médicos, sus «superhéroes», a quienes animaba y consolaba cuando tenían que darle malas noticias. No dramatizaba su situación y en todo momento proclamaba su normalidad. Por ejemplo, amaba la música y de manera especial un gran clásico de Claudio Baglioni, en la versión cantada de Laura Pausini: «Strada facendo». «Strada facendo vedrai che non sei più da solo... Strada facendo troverai anche tu un gancio in mezzo al cielo... Sì, mi dà leggerezza, una grande speranza». Y strada facendo (haciendo camino), continuó con su vida ordinaria y dos meses antes de morir presentó brillantemente el examen del tercer año de escuela media.

En su oración pedía la curación para realizar todos sus proyectos, pero el mismo tiempo escribía: «Claro, me gustaría vivir una vida larga [...], pero veo la muerte como algo hermoso... Sé que después de la muerte está el Señor, regreso a Él». Ante todo se adhería a la voluntad de Dios, a ejemplo de la beata Chiara. Y así le llegó la muerte el 19 de agosto de 2011, en su casa familiar de Bérgamo.


Ahora nos llegan sus escritos reunidos en esta publicación. Es un valioso testimonio para los jóvenes, sobre todo para los que ignoran a Dios, «empeñados en una frenética caza del tesoro pero sin el tesoro». A ellos se dirigió varias veces en público, tratando de transmitirles la belleza de la vida. Quede aquí esta lección.

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