«Claro, me gustaría vivir una vida larga [...], pero veo la muerte como algo hermoso... Sé que después de la muerte está el Señor, regreso a Él».
Un gancio in mezzo al cielo (Un
gancho en medio del cielo) es el título de un libro autobiográfico publicado
recientemente en Italia por ediciones Paulinas. Se trata de un canto a la vida
en medio del sufrimiento de una enfermedad terminal. Su protagonista es una
chica de 14 años, Giulia Gabrieli. Con sencillez comparte su experiencia de
dolor y de alegría ante una muerte inminente.
Giulia fue una chica normal antes
y después de un tumor diagnosticado en el verano de 2009. Era guapa, lozana, le
gustaba viajar, salir de compras y vestirse bien. También tenía talento para
escribir y en dos ocasiones ganó el concurso literario «Los cuentos del
parque». Amaba inventarse aventuras e historias fantásticas y parangonaría su
enfermedad a otra aventura.
Bullía en ella una sana y
refinada vitalidad que la enfermedad misteriosamente amplificó. Encarnaba la
belleza del cristianismo que de ninguna manera está reñida con la modernidad.
Sí, era católica y en su fe encontró el sostén de su lucha. Al recibir el sacramento
de la confirmación, se le grabaron las palabras de la homilía donde se les
decía que este sacramento era un don del Espíritu para testimoniar a Cristo.
Escribe ella misma: «De verdad no entendía qué podría hacer yo (…). Y después
de dos meses se ha presentado la enfermedad. Ecco, yo la enfermedad la estoy
viviendo como un empeño de la confirmación».
Con todo, el inicio no fue fácil.
A las primeras terapias le siguieron momentos duros y de grandes altibajos
emocionales. Estaba nerviosa, le temblaba todo el cuerpo y lloraba todo el día.
Cuenta que llegó a decir a sus padres: «¿Dios dónde está? Él, que dice que
puedo rezar, puede hacer grandes milagros, puede aliviar todos los dolores,
¿por qué no me levanta? ¿Dónde está?». Fueron días difíciles, de auténtica
desesperación. Los médicos pensaban en una obvia y previsible quiebra
psicológica.
Sus padres y un amigo sacerdote
la animaban a confiar en Dios, aunque ella no sentía nada y seguía buscando una
respuesta. La encontró en Padua. Allí tuvo que ir para una radioterapia y
después terminó por un contratiempo en la basílica de San Antonio. Mientras
apoyaba la mano sobre la tumba del santo, una señora desconocida puso la mano
sobre la suya. «No me ha dicho nada –escribe Julia–, pero tenía una expresión
en su rostro, come si me quisiera comunicar: “Ánimo, adelante, Dios está
contigo”. He entrado enfadada, en lágrimas, pero he salido de la basílica con
la sonrisa, con el gozo de que Dios no me ha abandonado jamás».
Desde aquel momento empezó a
descubrir a Dios en todas las circunstancias y se dio cuenta de que Él siempre
la había estado abrazando fuertemente. Por ello escribe a sus lectores:
«Vuélvete al Señor, que algo mejora. No con la varita mágica, pero poco a poco
el Señor mejora todo». Así ella recorrió el camino del dolor con esperanza y la
fue transmitiendo a sus familiares y amigos, a los médicos y a los demás
pacientes del hospital.
Reconoce la luz de dos personas.
Primero, la historia de Chiara Luce Badano, muerta a los 18 años en 1990 a causa de un tumor
óseo y proclamada beata el 25 de septiembre de 2010. Fue un encuentro
providencial: «Ella está muerta, pero ha sido capaz de vivir esta experiencia
de modo luminoso y alegre, entregándose a la voluntad del Señor. Quiero
aprender a seguirla, a hacer lo que ha conseguido a pesar de la enfermedad. La
enfermedad no ha sido una forma de alejarse del Señor, sino para acercarse a
Él...».
Apreció mucho el papel de los
médicos, sus «superhéroes», a quienes animaba y consolaba cuando tenían que
darle malas noticias. No dramatizaba su situación y en todo momento proclamaba
su normalidad. Por ejemplo, amaba la música y de manera especial un gran
clásico de Claudio Baglioni, en la versión cantada de Laura Pausini: «Strada
facendo». «Strada facendo vedrai che
non sei più da solo... Strada facendo troverai anche tu un gancio in mezzo al
cielo... Sì, mi dà leggerezza, una grande speranza». Y strada facendo
(haciendo camino), continuó con su vida ordinaria y dos meses antes de morir
presentó brillantemente el examen del tercer año de escuela media.
En su oración pedía la curación
para realizar todos sus proyectos, pero el mismo tiempo escribía: «Claro, me
gustaría vivir una vida larga [...], pero veo la muerte como algo hermoso... Sé
que después de la muerte está el Señor, regreso a Él». Ante todo se adhería a
la voluntad de Dios, a ejemplo de la beata Chiara. Y así le llegó la muerte el
19 de agosto de 2011, en su casa familiar de Bérgamo.
Ahora nos llegan sus escritos
reunidos en esta publicación. Es un valioso testimonio para los jóvenes, sobre
todo para los que ignoran a Dios, «empeñados en una frenética caza del tesoro
pero sin el tesoro». A ellos se dirigió varias veces en público, tratando de
transmitirles la belleza de la vida. Quede aquí esta lección.
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